Se crio en el séptimo piso del número 1669 de la calle 9 de Julio de Rosario. El dato no hay que buscarlo demasiado. Se puede encontrar en cualquier entrevista que haya dado. Lo repetía con orgullo. Era su lugar en el mundo. Siempre que podía volvía a Rosario, el lugar más lindo del mundo cómo solía decir.
Nació el 18 de junio de 1970 en el Hospital Británico de Rosario. En su casa de infancia no sobraba nada. Y a veces hasta faltaba algo. Pero él fue feliz. Sus padres se separaron cuando él era chico en una época en que eso no era frecuente. Su madre era la típica Idishe Mame, sobreprotectora y omnipresente. “Mi papá también fue un padre presente, pero yo me crie muy pegado a mi vieja, y participaba más de ese mundo. La vi a mi vieja trabajar en guardias en inmobiliarias, agencia de publicidad, llevando avisos al diario La Capital. La vi hacer tortas y venderlas, la vi en una heladería, la vi al frente de una empresa familiar, la vi hacer guita al frente de una empresa familiar, la vi empresaria, la vi laboralmente de muchas maneras”, contó alguna vez.
Su educación fue estatal y estaba muy agradecido a ella. La primaria la hizo en el Mariano Moreno de su ciudad (“No fui al Moreno. Soy del Moreno”) y el secundario en la Escuela Superior de Comercio.
Alguna vez, en esos años, mientras veía la serie Quincy creyó que cuando fuera grande quería emular a su protagonista y convertirse en anatomopatólogo, mezclar la ciencia con lo detectivesco. Pero muy pronto descubrió que también lo fascinaban otras series, otros programas, los noticieros. Lo que le gustaba era la televisión. En el secundario junto a un amigo se preocupó por lo que era, por esos días, el tema del momento. Lo que había pasado durante la Dictadura y, en especial por su peor consecuencia, los desaparecidos. En tiempos sin internet, necesitó saber quiénes habían desaparecido en su ciudad. Así, antes de la Conadep, hizo esa pesquisa local preguntando a un kiosquero, que lo remitía a un vecino, que le pasaba el nombre de un almacenero que le hablaba finalmente de un militante secuestrado. Esa lista escrita a mano, con letra adolescente, en una hoja número tres de un repuesto Rivadavia fue aportada a las organizaciones de Derechos Humanos en los meses previos al triunfo de Alfonsín. Fue periodista antes de ser consciente de que lo era.
También es muy recordado la noche en que apareció desnudo en homenaje a uno de los invitados, tal vez el nudista más célebre de estas tierras, Rolando Hanglin. Luego tuvo su propio programa de entrevistas y fue el productor general y se sentó en la mesa de Mariano Grondona cuando el doctor competía palmo a palmo con Jorge Lanata. En algún momento circuló el rumor (luego convertido en leyenda) que dos publicistas devenidos guionistas y productores televisivos se apropiaron de una idea suya. Él, como siempre, superó el tema con elegancia y sin confirmar los trascendidos.